Era un hermoso día en Asís, Italia, mientras San Francisco caminaba por las calles, difundiendo su mensaje de amor, compasión y paz. Era un hombre humilde que había renunciado a su riqueza y estatus para vivir una vida de pobreza y creía que todos deberían vivir en armonía con la naturaleza y entre sí.
San Francisco era conocido por su bondad hacia todas las criaturas, grandes y pequeñas. Solía hablar con los pájaros y los animales y enseñaba a otros a hacer lo mismo. Creía que todo en la naturaleza está interconectado y que debemos respetar y cuidar nuestro medio ambiente.
En este día, aniversario de su muerte, personas de todo el mundo se reunieron para recordar y honrar a San Francisco. Compartieron historias de sus vidas y sus enseñanzas y rezaron para que la paz y el amor prevalezcan en el mundo.
Cuando el sol comenzó a ponerse, la multitud se calmó y se encendieron velas en memoria de San Francisco. Recitaron una oración en su honor, pidiendo su intercesión y guía en sus propias vidas:
"Señor, haznos instrumentos de tu paz. Donde haya odio, sembremos amor; donde haya ofensa, perdón; donde haya duda, fe; donde haya desesperación, esperanza; donde haya tinieblas, luz; donde haya es tristeza, alegría, con lo cual no buscamos tanto ser consolados como consolar, ser comprendidos como comprender, ser amados como amar, porque es en el dar que recibimos, es en el perdonar que somos perdonado; y es al morir que nacemos a la vida eterna”.
La oración resonó por las calles y las velas parpadearon en la oscuridad. La gente sintió el espíritu de San Francisco con ellos y supo que su mensaje de amor y compasión continuaría inspirando a las generaciones venideras.
A medida que la noche llegaba a su fin, la gente de Asís se comprometió a continuar con el legado de San Francisco, a vivir una vida de humildad, amor y bondad para todos. Sabían que él les había mostrado el camino y oraron para poder seguir sus pasos, guiados por su amor y su luz.