Érase una vez, en un pequeño pueblo de España, una joven llamada María. Era conocida por su belleza, su bondad y su amor por Dios. Un día, se le apareció un ángel y le anunció que había sido elegida para ser la madre del Salvador. María se llenó de asombro y alegría, y dijo sí al plan de Dios para su vida.
Nueve meses después, en un humilde establo, María dio a luz a su hijo Jesús. Los ángeles cantaron y los pastores vinieron a adorar al rey recién nacido. María abrazó a su hijo y meditó en su corazón todo lo que había sucedido.
Pasaron los años y María vio crecer a Jesús, enseñando y sanando a la gente, y desafiando a las autoridades religiosas de su tiempo. Ella lo siguió dondequiera que iba, apoyándolo con sus oraciones y su presencia. Y cuando llegó el momento de que Jesús cumpliera su misión, ella se paró al pie de la cruz, llorando y orando por su hijo.
Después de la muerte y resurrección de Jesús, María continuó siendo una discípula fiel, compartiendo las buenas nuevas con los demás y cuidando de la comunidad cristiana primitiva. Finalmente regresó al cielo, donde reina como Reina del Cielo y de la Tierra, siempre intercediendo por nosotros y acercándonos a su Hijo.
Oh María, Nuestra Señora de la Encarnación, tú que dijiste sí al plan de Dios para tu vida, ayúdanos a decir sí a todo lo que Dios nos pide. Tú que llevaste a Jesús en tu seno y en tu corazón, ayúdanos a llevarlo en nuestra vida y en nuestras acciones. Tú que estuviste al pie de la cruz, ayúdanos a estar con los que sufren y llevarles esperanza y consuelo. Tú que eres la madre de todos los creyentes, ayúdanos a ser fieles y amantes seguidores de tu Hijo Jesucristo. Amén.