Santiago era un niño que vivía en un pequeño pueblo enclavado en las montañas de España. Era un cristiano devoto y pasaba la mayor parte de sus días cuidando la granja familiar y asistiendo a los servicios de la iglesia. Sin embargo, había una cosa que diferenciaba a Santiago de sus compañeros. Poseía una fe profunda e inquebrantable en el poder de la oración.
Todas las noches antes de acostarse, Santiago se arrodillaba junto a su cama y oraba. Rezó por su familia, sus amigos y por el bienestar de su pueblo. Pero lo más importante, oró por la fuerza para enfrentar los desafíos de la vida y la sabiduría para tomar las decisiones correctas.
Un día, una gran sequía descendió sobre el pueblo. Los cultivos comenzaron a marchitarse y los aldeanos se desesperaron cada vez más a medida que sus suministros de alimentos y agua comenzaron a escasear. Santiago sabía que era hora de poner a prueba su fe.
Reunió a los aldeanos y los dirigió en una oración pidiendo lluvia. La oración fue ferviente y sincera, y Santiago pudo sentir el poder de su fe colectiva elevándose a su alrededor.
Durante tres días y tres noches oraron sin cesar. Y en el cuarto día, una gran tormenta vino de las montañas. La lluvia caía a cántaros, apagando la tierra reseca y dando nueva vida a los cultivos.
Los aldeanos se regocijaron y Santiago supo que su fe había sido recompensada. A partir de ese día, siguió orando por su pueblo y por todos los necesitados. E incluso en los momentos más oscuros, nunca perdió la fe en el poder de la oración.
En cuanto a su oración, fue así:
"Querido Padre Celestial, por favor concédeme la fortaleza para enfrentar los desafíos de la vida y la sabiduría para tomar las decisiones correctas. Por favor ayuda a mi familia y amigos, y a todos aquellos que están en necesidad. Y por favor, si es Tu voluntad, envía llueve sobre nuestra tierra árida para que prosperen nuestras cosechas y nuestra aldea prospere. Amén.